A Richard lo conocí hace un millón de años, sería el año 1998 o 1999, la verdad no lo recuerdo. Curiosamente, lo que siempre recuerdo de él es que siempre lo vi igual, alto, flaco, la cabeza rapada. Verlo me daba la impresión de que en todo instante estuviera observando el mundo en rededor, como si lo estuviera investigando. Todo. Cada cosa que veía a su alrededor era absorbido por sus ojos.
Aquel verano, seguí un taller de teatro. Hicimos una obra experimental que duró apenas siete minutos, quizá menos. Pero me gustó, así que decidí seguir el siguiente taller que fue dictado por Richard. Terminó en una obra que se basaba en la Leyenda de Nylamp.
Este segundo taller fue más extenso. El taller comenzó con un una serie de ejercicios, estiramientos, juegos diversos.
El taller, para mi fue extraño porque no entendía mucho de lo que hacíamos, pero había algo que impulsaba seguirlo. En los juegos, Richard tocaba el cajón siguiendo diferente ritmos que había que seguir con todo el cuerpo. Comenzaba divertido, como un baile, luego seguía elevando la velocidad de tal forma que llegaba a ser intenso, duró así varios minutos, pero luego iba decayendo hasta hacernos caer de sueño. Con esos juegos, sin darnos cuenta, cada uno de nosotros iba encontrando su personaje.
Durante casi todos la obra todos íbamos semidesnudos, cubiertos de arcilla. El mundo estaba naciendo, era el inicio de la leyenda de Nylamp.
Richard era un creador y también una persona de acción. Mientras yo me pasaba los días pensando cómo y qué cosas hacer, él organizaba excursiones y todo tipo de salidas. Le gustaba tanto el teatro así que creó un unipersonal sobre un poema de César Vallejo, “Las ventanas se han estremecido”. Sólo vi esa obra cuando apenas la había comenzado. Luego me contaron que su unipersonal había evolucionado tanto que era fenomenal. Siempre me dije que irá a verlo en algún momento, pero no lo hice.
La última vez que vi a Richard fue en el puente de la UNI, ocurrió mucho antes que exista el metropolitano. No recuerdo si él iba o venía, o era yo quien lo hacía. Era verano, medio día, el sólo quemabay yo iba vestido con terno y corbata, Richard iba en blue jean y polo. El puente estaba medio vacío, él me vio a mi, “Jorge”, dijo y comenzó hablar, sólo se han quedado fragmentos de esa conversación en mi memoria. Hablamos durante treinta minutos, yo iba apurado así que lo dejé, “de ahí hablamos”, le dije y me fui.
Durante el último mes, estuve pensando en Richard, en su obra de teatro. Había leído la noticia en Facebook -que es como en estos tiempos nos enteramos de todo-, pero yo no entendí, mi cabeza estaba en otro mundo. Fue hasta la noche cuando comprendí que había muerto.